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Muerte de la sierva de Dios Madre Sor Antonia del Espíritu Santo

  • Foto del escritor: Jardín Peruano
    Jardín Peruano
  • 17 ago 2021
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 8 jul 2022

𝐓𝐫á𝐧𝐬𝐢𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐒𝐢𝐞𝐫𝐯𝐚 𝐝𝐞 𝐃𝐢𝐨𝐬 𝐒𝐨𝐫 𝐀𝐧𝐭𝐨𝐧𝐢𝐚 Estando en cama la sierva de Dios Sor Lucía en su última enfermedad, una hija suya vio sobre ella una corona y una palma, hechas de oro finísimo y hechura primorosa. Conociemdo la Madre la visión de la hija no pudo negar que aquella corona y aquella palma se las daba el Señor en premio de su santa vida, toda consagrada al amor de Dios y del prójimo, a la penitencia y mortificaciones con acciones virtuosas nunca interrumpidas. Su última enfermedad y su muerte estuvieron caracterizadas por el amor y el dolor. El amor, lo incendios de la caridad divina, ponían en movimiento su corazón que latía con violencia. El dolor, el purgatorio anticipado, hacía de la enferma una mártir. La enferma pidió los últimos sacramentos el martes 13 de agosto. Apenas vio a Jesús Sacramentado que entraba en la celda, tuvo un transporte extático que no pudo dominar, de modo que el sacerdote hubo de mandarla que volviese en sí para recibir la sagrada comunión, como efectivamente volvió, recibiendo luego a su amado con encendidos afectos de amor, reverencia y alegría. El sábado 17 indicó que su muerte sería a las dos de la tarde. Hallándose presentes a esa hora tres de sus hijas y el médico que la asistía, se incorporó en la cama, luego se puso en la cabeza una mantilla que le cubría todo el cuerpo y velozmente se puso en pie sobre la cama, sin que nadie interviniera en esto; extendió los brazos en cruz a imitación de su Divino Maestro; fijó la mirada en el cielo, con los ojos abiertos que brillaban como dos luceros; puso un pie sobre el otro y permaneció con esta postura estática durante un cuarto de hora; el éxtasis terminó con la muerte, exhalando su postrer suspiro en aquella actitud. Después que expiró, inclinándose por sí misma, suavemente pero sin encoger los brazos, ni separar los pies, se colocó en la cama y reclinó la cabeza sobre la almohada. El privilegio de morir con los brazos en cruz dejó la santa Madre hereditario a algunas de sus hijas, aunque no en pie, sino echadas en la cama. Así murió Sor Josefa de la Santísima Trinidad, sobrina de la sierva de Dios, Sor Catalina de San Juan, Sor Felician de Santa Teresa, Sor Luisa de San Padre de Alcántara y otras más. A su muerte siguieron un gran número de prodigios; pues a las diez de la noche, ya difunta, volvió a poner los brazos en cruz con los dedos encogidos, permaneciendo así hasta la aurora, hora en que colocó el brazo derecho junto al muslo y puso la mano izquierda extendida sobre el corazón, ostentando el rostro hermosísimo. Tuvieron insepulto el cadáver durante cuatro días, con un concurso incesante e innumerable que obtenía por intercesión de la Sierva de Dios gran número de curaciones de varias enfermedades. Sus restos reposan en el Santuario de Las Nazarenas en Lima, en cuyo altar mayor se encuentra la imagen del Cristo de Pachacamilla.


 
 
 

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