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Nacimiento del Venerable Siervo de Dios Nicolás Ayllón

  • Foto del escritor: Jardín Peruano
    Jardín Peruano
  • 4 mar 2021
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 9 jul 2022

En el siglo XVII los Padres franciscanos habían establecido en el valle de Llampallec —actual Lambayeque— la doctrina de Chiclayo, que en poco tiempo se convirtió en próspero pueblo de indios moches. Allí nacía el 4 de marzo de 1632 Nicolás, el menor de siete hijos del matrimonio del indio noble don Rodrigo Puycón o Pulcón con doña Francisca Faxollem. De excelente índole, a la edad de ocho años el pequeño fue entregado a la tutela del religioso franciscano P. Fray Juan de Ayllón.


Dos años después, éste debió trasladarse a Lima junto con otros religiosos, y llevó consigo a Nicolás. Era verano, época de lluvias, y el río Santa estaba muy crecido; pero la comitiva decidió arriesgar el cruce. Las cabalgaduras de los religiosos consiguieron atravesar, pero la mula de carga sobre la cual montaba el pequeño Nicolás perdió pie y comenzó a ser arrastrada por la corriente. En ese momento, relata el P. Vargas Ugarte, "sin saber cómo, una mano poderosa lo condujo sano y salvo hasta la orilla con admiración de todos": claro indicio de la predilección de Dios por aquel niño.


En el convento de San Francisco Nicolás permaneció seis años, ocupado entre el servicio de su tutor—de quien tomaría el apellido—, las faenas de la casa, la oración y el estudio. Ya en esa época se manifiesta precozmente la caridad que lo distinguiría. Por ejemplo, se privaba de una parte de su ración diaria para dársela a los pobres, y soportaba con invariable paciencia cualquier maltrato que recibiera.


Al ser destinado el P. Ayllón a una misión lejos de Lima, Nicolás opta por dejar el convento. Tenía dieciséis años. Aprendió entonces el oficio de sastre, con un reputado maestro limeño. Rápidamente se ganó fama de excelente costurero; con sus primeros salarios encomendó un cuadro de la Inmaculada Concepción, devoción que le inculcaron los franciscanos y que cultivó toda su vida. Y en los días de fiesta acudía al hospital de Santa Ana, fundado por el Arzobispo Loaiza para enfermos indígenas, para prestar a los pacientes toda especie de servicios.


 
 
 

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